Llueve.
El apagón diario al atardecer, se alía con el toldo de nubarrones grises, y aceleran la llegada de esta noche.
Las gotas atemperadas por los restos de verano, no resultan frías en mis pies desnudos, sobre las baldosas del patio, mirando al cielo en camisón, como quien no se cree lo que le están haciendo las nubes.
Callaron los pájaros. Suena el crepitar de las gotas en el jazmín, el romero, y las rosas. En el techo de la pérgola, y en el laurel.
Huele a tierra mojada, que siempre me sabe a nuevo. Es un olor con volumen, que se puede mascar, como el del puchero, la dama de noche, o las carnes de los bebés.
Mi ducha naturista raya la excentricidad, a juzgar por la cara que mi vecina intenta ocultar tras el visillo.
Será mejor que entre. Ya tengo bastantes gotas para disimular las que asoman a mis ojos.
Relámpago. Un...dos....tres....Trueno.
Mañana será otro día, pero hoy la tormenta de fuera no puede con la de dentro.
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