lunes, 18 de noviembre de 2013

CAMBIOS EN EL PAISAJE


           Venía yo,  esta gélida mañana de 10 grados, de acompañar a mis niños al cole,  aprovechando mis vacaciones de contratada eventual en precario, y, por lo tanto, de calendario absurdo, cuando  se cruzaron ante mí las torneadas piernas, coronadas por capitel acorde, de un padre cualquiera, luciendo culottes. 

           La grata visión no habría pasado de anécdota, si no fuera porque me hizo abrir mi ángulo de visión, para observar que aquel ejemplar no era sino uno más de un grupo de padres, mucho menos torneados y atractivos, que acompañan a su prole, enfundados en culottes, chándales y prendas deportivas varias, con mayor o menor porcentaje de lycra, imagino que en función de su autoestima.

           Normalmente, no pienso mucho antes del café, porque tiendo a fantasear, pero la nariz helada que presidía hoy mi cara, me ha despertado la mente antes de lo habitual, y he sido capaz de apreciar, además de la manada de padres (varones con intención deportiva a las nueve de la mañana, forman manada), un grupo, si cabe más numeroso, de madres  con la misma disposición, y proporción de lycra. Debo decir que a veces no somos conscientes de que los borrachos, los niños y los legguins, siempre dicen la verdad....

            El caso es que tras entrar los niños en el cole, y las correspondientes despedidas, oteando el horizonte hasta que cruzan  el umbral, para estar segurísimos de que  han entrado (como si los niños tuvieran costumbre de darse la vuelta...), empieza un tráfico de progenitores, que en cuestión de segundos se organizan en grupos, y se van en dos  direcciones: cafetería de la esquina, y el parque.

            ¿Porqué me extraño? Pues verán...resulta que vivo en un barrio de los que antes eran de clase trabajadora (denominación en progresivo desuso), de  parejas con niños, gente con edad media de cuarenta y tantos, que  vivimos de nuestros sueldos. Al lado del cole hay un gran parque, una zona verde muy amplia, con arboleda, ideal para caminar, correr o montar en bici, cosa que algunos han hecho de siempre. Lo extraño, ahora,  es la cantidad. Lo que me  llama la atención es que hasta hace poco, el grupo de deportistas lo formaban unas cuantas madres a las que, sin animo de ofender, les hacia falta caminar, y algún varón con horario extravagante.  Pero los que acuden ahora a dejar a sus niños, y prolongan la salida haciendo deporte, son los que antes  les traían al aula matinal, enfundados en sus trajes de oficina, corriendo, pero porque llegaban tarde a sus trabajos. Reconozco sus caras, pero no sus atuendos, ni sus horarios. 

           Y no están, como yo, de vacaciones, que algunos llevan así meses. Es uno de los efectos de la crisis, que nos cambia el paisaje urbano sin que nos demos cuenta, con detalles como este. Tiendas de barrio que cierran,  negocios vacíos, y padres con tiempo de sobra para llevar a sus niños al cole y ponerse en forma. 

           Lo único positivo de la situación es que aumente la afición por el deporte y la vida cardiosaludable, aunque igual es una estrategia gubernamental, para que duremos más tiempo sanos y podamos jubilarnos a los 80.

           Llámenme  pesimista, pero los únicos brotes verdes que yo veo, son los de la hierba del parque pisoteada por parados de larga duración, que intentan no desquiciarse haciendo ejercicio.

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