domingo, 17 de febrero de 2013

CUALQUIER DIA, ME ROMPES...

          "¡Cualquier día, me rompes...!"

           Decenas de veces había escuchado la frase, entre besos sonrientes bajo un ceño fruncido que no sabía reñir. 

           Ella era delicada, pequeña, casi frágil. Como de porcelana, como de dulce de leche. Su palidez, amarilleaba lo bonito de su cara, cuando se acaba el otoño y el sol de la primavera  no la maquillaba aún. No así su cuerpo, que vestía esa blancura lechosa, sana, que invitaba a saborearla, a borrarle los lunares.

          Él enloqueció por aquellos ojos pardos, que le miraban siempre desde abajo, y ella se regaló dichosa a aquel hombre grande, que la manejaba en desigual batalla entre las sábanas,  como un coloso contra un hada.

         Ella se dejaba mecer, como barquita  entre las olas. Mariposeaba entre sus brazos y cabalgaba sobre las piernas del hombre inmenso, que le daba placer a riadas. Cuando la invadía,  lo gozaba, suspirándole...  "Cualquier día..., me rompes..."

        Aquel gigante se desbordaba en arrebatos por ella, y lo que se desencauza, pierde el control. Su vida se volvió sólo Ella. Su pan y su aire, eran Ella. Su pensamiento no pensaba más que en Ella. 

         Cuando la abrazaba, no calibraba su presa, y la apretaba fuerte, para convertirla en subcutánea. Ansiaba metérsela dentro para dejar de pensar cómo, dónde y con quién estaba. Soñaba dejar de celar cada mirada, cada palabra. La apretaba tan duro, que, a veces, ella se quejaba...:"¡Cualquier día me rompes!..."

         Una tarde cualquiera, el hombre más bello y más grande, por  fuera y por dentro, que Ella conoció, encontró, porque buscaba, un mensaje entre los de Ella, de otro hombre, menos bello y menos grande, que la estaba conociendo.

         No habló. No hubo terremoto, ni tempestad, ni se descalabró el cielo, ni se apagó el infierno.

         Cuando Ella volvió de la ducha que le borraba las caricias del hombre menos bello y menos grande, le pareció la más hermosa de las mujeres. Las dos copas de vino que se regalaban cada anochecer, mientras se contaban sus batallas con el mundo, estaban servidas.

          El aroma de mujer saciada de besos, arremetió contra sus sentidos cuando ella le abrazó la cintura, como quien se refugia en su sillón favorito tras un mal día. Recogió su abrazo, aupándola como a una niña. No llegó a besarla. El brazo derecho servía de barandilla bajo los de ella, sujetando la jaulita de costillas contra el pecho de Él. La mano izquierda, le acarició la melena, húmeda todavía, en su nuca. Ella le besó el cuello, que olía a refugio, a hogar,  a amor sereno. 

         Y Él sujetó aquel beso, apretando contra sí la cara y el cuerpo de Ella.

        Dice que no recuerda. No recuerda el pataleo, los mordiscos desesperados, los gritos ahogados, ni las uñas clavadas en su cara, en vano intento por respirar.  No recuerda si dejó de moverse cuando se dobló su cuello, o cuando crujieron sus costillas, según se iban rompiendo...

        Sólo recuerda haber pensado que era extraño que Ella no le protestara....:"Cualquier día, me rompes..."

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