A veces, la madurez te duele porque te falta.
Te ves, o te hacen verte, como una cría, incapaz de mantener la compostura debida ante una frustración.
Te sientes avergonzada, chiquita, triste. Quisieras borrar el tiempo.
Te prometes que no volverá a pasar, que tus tormentas no seguirán lloviendo fuera. Y esperas el abrazo de quien conoce tus borrascas, que sin absolución, no hay paz.
Pero no llega. Y la queja vuelve a ser parte del error, y la pescadilla se muerde la cola, y sigues empañando el espejo donde quisieras verte a la altura. A su altura.
El tiempo pasa muy despacio, y llueve toda la siesta. Dentro y fuera de tu cabeza. Y tienes un nudito en la garganta, como a los siete años.
Te ves, o te hacen verte, como una cría, incapaz de mantener la compostura debida ante una frustración.
Te sientes avergonzada, chiquita, triste. Quisieras borrar el tiempo.
Te prometes que no volverá a pasar, que tus tormentas no seguirán lloviendo fuera. Y esperas el abrazo de quien conoce tus borrascas, que sin absolución, no hay paz.
Pero no llega. Y la queja vuelve a ser parte del error, y la pescadilla se muerde la cola, y sigues empañando el espejo donde quisieras verte a la altura. A su altura.
El tiempo pasa muy despacio, y llueve toda la siesta. Dentro y fuera de tu cabeza. Y tienes un nudito en la garganta, como a los siete años.
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