miércoles, 21 de agosto de 2013

PENUMBRA JUSTA

               Tres días sin tocarnos clamaba clemencia, cura urgente de besos, de las que despiertan a los vecinos. Era un lujo irse temprano a la cama  para no dormir, sin tener que aplazar las ganas,según capricho del sueño de los niños. Que no hay forma más doméstica de apagarse...

            Empecé a desnudarme en el sofá, y seguí por las escaleras, como si tuviera prisa, simplemente porque no suelo poder hacerlo.

            Mientras él baja las luces, hasta la  penumbra justa en la que nos deseamos más, yo veo como me mira, arrodillada al borde de la cama, esperándole con los brazos y el cuerpo entreabiertos.

               Sus ojos despiertan mis pechos, que le devuelven la mirada. Desliza las uñas de todos sus dedos sobre mi nuca, hasta los hombros, y llegando a las rodillas, me susurra cuánto le excita lo que ve.

               Un amante al que le gustas  es fantástico, pero si está enamorado de tu cuerpo, es otro mundo. Otro nivel. Otras reglas.

               Cuando ha erizado toda mi piel, y le reclaman entre mis piernas, me tumbo, y le tumbo, para disfrutar de su cuerpo, que no pesa, que  me acaricia en cada movimiento, y que acota mi mundo. Conoce mis ganas y mis vaivenes tanto como  yo, y de veras que parece disfrutar más con mis placeres, que buscando el suyo. Coinciden su generosidad y mi egoísmo, así que me  me regala razones para seguir buscándole cada noche.

               Hay un fallo en los cuerpos que se aman, y es que tendemos a cerrar los ojos, cuando podemos contemplar el del otro desde perspectivas inusuales. 

               Mordisquearle las orejas, con su espalda en mi vientre, viendo sus piernas desde donde las ve él. 

               Mirar  sus pies desde su ombligo, mientras sus labios curiosean entre mis nalgas. 

              Observar como su cuerpo se esconde y sale del mio, mientras huelo el vello de su pecho. 

             
Recrearme en la...¡¡CRACK!! ¡vaya por dios!¡Se rompió el somier!

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