domingo, 25 de noviembre de 2012

016

               Tengo suerte en la vida por muchas cosas, pero hoy he reflexionado sobre una en particular. Era ya mayor, cuando fui consciente de que hay hombres que no aman a las mujeres. Y eso es un privilegio.

               Una infancia como la mía, ajena a esa lacra, afianza valores fundamentales como la igualdad, la dignidad, el respeto. Me ha mantenido alejada del miedo, de la desconfianza, del dolor. Y me ha hecho incapaz de imaginarme viviendo con un hombre que no me considere igual a él.


               Mis padres han creado una familia de lo mas normal,  y eso es, precisamente, lo que les hace especiales. Su normalidad. 


               Son un matrimonio contemporáneo a su  época, con sus costumbres y sus modos: novios de toda la vida, que se casan,  ella se convierte en ama de casa y madre, y el es el proveedor. En muchas familias es un caldo de cultivo para relaciones de dominancia y desigualdad, pero jamás conocí eso en su casa.

               Por eso, cuando algunas amigas del cole hablaban de miedo hacia su padre, de correazos, de mentiras y complicidades con su madre, para que no se enterara él ...no salía de mi asombro. Los ogros sólo existían en los cuentos, no? El padre era aquel semidios que lo daba todo por verte sonreír, que te abrazaba con fuerza de oso, y que te quitaba los miedos con darte la mano. El hombre que te defendería de cualquier enemigo y para el que eras el mayor tesoro, junto con tus hermanos y tu madre....¿No?

               Luego, al hacerte mayor, duele darte cuenta de lo cerca que los tienes,  de que  esa legión de ogros vive a tu lado. De puertas afuera, tienen la habilidad de parecer gente amable, buenos vecinos, compañeros de trabajo intachables, cuya conducta, sin estridencias, no llama la atención de nadie. De puertas adentro se transforman en basura humana.

 
              Cualquier persona que maltrata a otra, por el motivo que sea, deja de serlo. Pero el que lleva la violencia y el terror a su propia casa, a la mujer a la que se supone que ama y a los hijos propios, no hay nombre que lo defina. Cualquier adjetivo se queda corto. El despertar a la realidad de una mujer que se enamora del que luego la maltrata, debe anular los sentidos y las capacidades. Es lo único que justifica esos casos en que la mujer es socialmente competente, pero incapaz de escapar de ese infierno.

              Las causas, tan diversas y reales como las víctimas y sus verdugos, se sintetizan en una: educación. Salvo algún enfermo mental, que no sea responsable de sus actos, y que supone la parte infinitesimal, el resto son  víctimas a las que no se les ha educado en la autoestima, ni en la defensa de sus derechos, que no saben que son iguales al otro, que desconocen que no le pertenecen, que no son objeto. Y verdugos que piensan que su mujer les pertenece como un juguete más. Y que lo pueden romper.

              Es posible que no las amen, que no las respeten  porque no aprendieron nunca, porque su infancia también fuera infame. Por eso esta lacra es responsabilidad de todos. Pero  desde luego, no es causa exculpatoria, que no son ermitaños aislados del mundo.

             No voy a entrar en cifras,  porque no me parece cuestión de número de mujeres asesinadas, ni de infancias perdidas. Sólo quiero poner por escrito mi compromiso firme de hacer algo para combatir esta lacra: educar y apoyar. No es tan simple como parece, pero es algo al alcance de todos. 


             La primera parte es la más sencilla. Tengo dos hijos, niño y niña, a los que inculco las mismas normas de conducta, e intento rectificar las ideas o nociones de desigualdad  que aprendan fuera de casa. Sólo se necesita constancia, vigilancia y diálogo.


             Lo de apoyar a las víctimas es lo complicado. Un tema espinoso, al que la mayoría nos enfrentamos con incertidumbre y temor. He tenido oportunidad de ayudar, como Médico de Familia, a algunas mujeres. Las pocas que se han dejado. La negativa de la víctima es un muro infranqueable. Cuando consigues infundirle el valor de denunciar, o de ponerse en contacto con quien puede ayudarla, la satisfacción es igual de grande que el miedo a lo que pasará. Pero el poso de remordimiento cuando no lo consigues, es mucho más amargo.

            El verdadero punto negro de esta carretera por la que vamos todos, es la venda con la que ocultamos el maltrato cercano. La vecina de al lado, la prima, la amiga. La madre. Ese maltrato intuído y nunca destapado. El que nos hace mirar para otro lado, para no afrontar nuestra cobardía. Esa es nuestra asignatura pendiente, la que podría salvar muchas vidas. Nuestra debilidad.


             Pueden correr ríos de tinta hablando de ellas, pero lo que corren son ríos de sangre. Hablamos de dolor y de muerte. 


             A ver si este año, a mí, como a los demás, nos dura más la reflexión propia de este Día de la Lucha contra la Violencia de Género, y hacemos acopio de valor para poner nuestro granito de arena, y el año que viene, en estas fechas, no hablamos de 43 mujeres asesinadas, y cientos de víctimas colaterales.

            Amén.

P.D: El 016 es un teléfono gratuíto, donde denunciar o informarse anónimamente, que no deja huella, es decir, nadie puede saber quién  ha llamado, ni se refleja en la factura.

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