lunes, 12 de noviembre de 2012

LOS PIES Y EL TRASERO HELADOS


                    No es el ruido, sino el frío lo que me despierta. Tengo los pies y el trasero helados. Me voy haciendo consciente de ello, al desperezarme de este sopor que sigue a la rendición. Otra batalla en la cama, de nuevo vencida por disparidad de fuerzas. 

                    ¿Qué come este hombre?  ¿ De dónde nutre sus ganas?

                     El balance ha sido una piltrafilla de mujer, demasiado satisfecha como para que me importe quedarme tumbada, con el culo (perdón) y los pies al aire, pese al frío de la mañana.

                     Tiro de la manta, y me protesto cuando las gélidas esposas, que todavía llevo enganchadas a una de las muñecas, rozan mi muslo. Deberían forrarlas enteras, no solo el aro. Son horribles, imitando piel de leopardo. Pero dudo que haya ninguna funda que no las haga parecer vulgares.


                     Hace tiempo que no las usábamos (mi Grey particular...) Sobre todo, porque no recordaba dónde las guardé. Supongo que las ha encontrado buscando ropa de invierno.  No han hecho falta,  siempre hay algún pañuelo cerca, y a mí me gusta tocar. Aunque basta con que me lo pida, que yo misma me esposo con mis manos, y no me desato. Pero de vez en cuando, saber que no puedes soltarte, que no tienes más remedio que soportar el placer, que estás a merced de sus manos, su lengua y su portentosa... imaginación...acelera, como mínimo, las pulsaciones...


                    Anoche era demasiado tarde cuando llegamos,  estábamos cansados. Cuando salí del baño, casi agradecí que estuviera dormido. Pero esta mañana hubo amanecer glorioso.  Me despertó a besos. Expertos, que sabe dónde y cómo, y me dejó sin ropa antes de abrir los ojos.


                   A veces, me sorprende cómo responde mi cuerpo desde hace unos años. Debe ser la crisis  de los cuarenta...La experiencia es un grado en esto de la carne. Aprecias el beneficio que proporciona un rato de placer compartido con alguien deseado. Es fantástico el sexo con ganas. Un hombre de su edad, tiene  ganas y experiencia, y éste, además, un cuerpo más que apetecible.


                  Por eso sonreí cuando, una vez encendidas las calderas, salió de la cama, dejándome contemplar su excitación mientras buscaba en los cajones...No hay muchas cosas, apenas las esposas, algún aceite, varias prendas fetiche...no hace falta mucho si hay hambre.

                  En lugar de meterse en la cama, me sacó a mí. Me enfrento de cara a la pared (helada al contacto con mis senos) y cuando hice el acostumbrado ademán de subir los brazos y abrir las piernas para dejarme hacer, me colocó la esposa en la muñeca derecha. Luego cerró la otra dejando mis manos en la espalda. Es tan de mi talla, que su sexo quedó a mi alcance. Estaba realmente excitado, doy fe.


                   Me dio la vuelta y me colocó el collar. Le encanta ponerme collares largos, que se queden entre mis pechos, verlos bambolearse cuando nos mecemos. Era un gozo verle allí, sentado en el borde de la cama, con fuego en los ojos y en los dedos,  mientras me acariciaba, me buscaba, me lamía. Sus manos se paseaban por mis redondeces, manoseando, casi. Por un momento vi mi reflejo en el cristal,  mi desnudez, de cuerpo y de alma, con cierto aire de indefensión por la postura a la que fuerzan las ataduras, desafiantes los pezones, jugando con el collar, con las ganas asomando en mi cara. ¿Como dicen que el sexo es pecado, si sólo un dios pudo crear tal maravilla?


                   Mis gemidos bailaban en el aire, al son de sus instrumentos, y llevaba varios tangos cuando me tumbó en la cama. Benditas humedades, que arropan y reciben el calor que mueve el mundo. Las esposas a mi espalda me hacen arquearlas, enfrentando nuestros sexos en el punto justo. De regular la intensidad y los tempos, se encargaba él. Yo estaba demasiado excitada para controlar el mundo. Me ha llevado a ese punto en el que sólo sé rogarle, con los ojos, con los labios, y con los dientes, si hace falta, que no  deje de moverse. Pero él no ha tenido bastante, así  que me da la vuelta, y de rodillas en la cama, vuelve a penetrarme, recogiendo casi con violencia mi pelo, para quitarlo de mi cara y poder  ver como me muerdo los labios para no escandalizar a los vecinos.


                  Un leve cambio de ritmo, sus manos aferradas a mis caderas, y siento su aliento en mi cuello mientras se derrama.


                  Ahora quedan los susurros, los besos agradecidos, las sábanas mojadas. Reconocer que ha vuelto a ganarte la batalla y desear que no acabe la guerra. 


                   Y si no te tapas, el trasero y los pies helados...

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