
Durante años, no era más que una curiosidad del pasado, porque la palabra se había quedado obsoleta. La única con sentido palpable, con significación viva, era inmigrante.
Y describía una realidad de la calle, de puertas afuera, una curiosidad casi exótica, en las relaciones entabladas con nuevos compañeros de trabajo, o las novias colombianas de mis divorciados amigos, con el sobrino mulato de mi cuñada...Una buena ocasión para ir de boda a Ecuador, a Madeira....La suerte de conocer al dueño de un verdadero restaurante mejicano, o siciliano.
Todo bueno, todo enriquecedor, todo bonito. Porque se quedaba fuera de casa cuando nos íbamos a dormir.
Pero desde hace unos meses, la palabra emigrante se me ha metido en la vida. Ya no es un concepto lejano. Ha sido como el cáncer, que siempre le pasa a otro....hasta que te toca.
Cuando la crisis aprieta, no es como Dios, que dicen que no ahoga (no, claro...). A la crisis hay que hacerle frente si no quieres que asole tu forma de vida, tus ilusiones y las de los tuyos. Espabila el instinto de supervivencia, empujándote a huir. A emigrar, que no es sino huir buscando la salida. Como decía mi abuela, "hay que ir donde está la papa..."
Dentro de algunos días, empezarán a interesarme más las noticias de Alicante, Albacete, Cáceres, Canarias, Colombia, Chile...porque ahora tendré allí personas que me importan. A mí, y a sus familias, que son un poquito mías.
Y como somos de natural egoísta y no nos duelen las heridas cuando son de los demás, ahora empezarán a parecerme crueles las historias de gentes que pasan por mi lado, con ropas y aspectos diferentes, cuya suerte, quizás, preocupe a su familia y sus amigos, como a mí la de Kike, o Manolo, o Jose Manuel.
Porque ya no me parece tan irreal la posibilidad de que en unos meses, sea yo la que hable con mi familia a demasiada distancia. Porque ya no me parece romántico, ni tierno, lo de volver a casa por Navidad...
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