martes, 11 de diciembre de 2012

TODO EL AÑO PARA PURGARLO

                  Esta sociedad en la que vivimos, está llena de paradojas absurdas, motivadas por el afán de compararnos. Nos encanta meternos en la vida de los demás, sin acabar de asumir la nuestra. Nuestras metas dependen, quieras o no, del resto.

                   En parte es bueno, porque los beneficios de vivir en piara globalizada, se basan en la interacción entre individuos, frustrante a veces, pero  motor de la evolución. Y de la involución, que no somos tan racionales.

                   Todos queremos ser iguales. Pero no en el sentido comunista, que va...Queremos ser igual de guapos que Miguel Angel Silvestre, igual de listos que Bill Gates, igual de ricos de Amancio Ortega, igual de felices que...( me he quedado en blanco, o el concepto es demasiado subjetivo. Después lo pienso.)

                    En fechas extremas, como la Navidad, en la que no predominan los buenos sentimientos y los deseos de paz y armonía, sino los extremismos (lo más brillante, rico, divertido, lo que más engorda, lo más ostentoso), este afán comparativo  escuece en las sensibilidades y aflora verdades. Nos saca lo mejor y lo peor, dando lugar a reflexiones singulares. Y cuando el panorama se presenta aciago...

                   A los que afrontan la fecha sin ganas, les hastía tanta ilusión, tanta sonrisa y tanto brillo. Sólo ven gastos extraordinarios, que resultan ser ordinarios, frío, falsedad, hipocresía y obligación. No entienden que hay  congéneres ilusionados, con ganas de celebrar la vida y sus cositas buenas, la carita de un niño delante del escaparate de los juguetes, las cabalgatas, los roscos de vino. Que necesitan esas luces, esos discos eternos de villancicos, esas felicitaciones copiadas del facebook y esas comidas con los amigos. Y que todo eso está bien, aunque tu pena te coma por dentro.

                    Los que se debaten en la angustia de no poder colocar regalos junto a los zapatos de sus niños el día de Reyes, no simpatizan con el que conserva, este año, su sueldo, y lo celebra estirando su recorte, para darle a su hijo lo que no sabe si podrá el año que viene. Porque se mire como se mire, compramos una Barbie, y nuestro vecino tiene el frigorífico vacío.


                   El que tramita su prestación en la oficina de empleo, no comparte la alegría del que se queja del jefe mientras se emborracha con sus compañeros de trabajo. Porque no tiene jefe, ni quejas. Ni alegría.

                   Cierto es que cada día hay más familias rozando la miseria, y que mañana puedes ser tú. Pero también es verdad que nunca han estado tan llenos los bancos de alimentos, y que se reponen, por ahora, al ritmo que se vacían. Y eso es muy rápido.

                   Mi pretensión no es poner de manifiesto las falsedades navideñas. Al contrario. Vamos a perdonarnos las faltas, vamos a dejar que los que conservan ilusiones y ganas las  usen, que nunca fue un pecado gozar de lo ganado con tu esfuerzo, dedicar tus recursos a disfrutar con tu familia y tus amigos. Al fin y al cabo, sólo los optimistas  nos pueden sacar de ésta. Todos  funcionamos mejor con el barril pensante lleno de endorfinas. Doy fe.

                  Las bondades de la vida, no dejan de ser buenas porque seamos más los privados de ellas. No hay obscenidad en ser felices, y, de cuando en cuando, podemos permitirnos ser egoístas y superficiales, que tenemos todo el año para purgarlo.

                Esto de la suerte va por turnos. Mal repartidos, pero no siempre les toca a los mismos. Quizás mañana...



P.D: no he encontrado ningún ejemplo de felicidad absoluta y objetiva. Será que no tengo espíritu navideño.

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