Ya
está.
Ya
pasó.
Ya
se le ha roto para siempre el alma a la madre de Ruth y José.
Hace
unos meses, necesité contar la angustia que me provocaba, pensar
siquiera, en ponerme en la situación de esta mujer. Conté que,
egoístamente, evitaba pensar en ella. Y es cierto. El miedo al
dolor que debe sentir, me atenazaba. No saber la verdad, me dejaba
como excusa la esperanza de que vivieran, para no permitirme sufrir
por ella.
Hoy,
un escalofrío semejante a un terror negro, un asco repugnante,
recorrió mi espalda cuando escuché la noticia.
Sinceramente,
pensaba que conocer al fin el desenlace, fuera cual fuera, derramaría
consuelo sobre todas las madres y padres del mundo.
Nada
mas lejos.
En
la intimidad de mi retiro, las lágrimas que derraman mis ojos, y
el nudo en mi garganta, sirvan de abrazo para la madre rota. Imagino
que ahora, la muerte le parece el mejor sueño.
¿Acaso
esta mujer podrá desechar alguna vez de su cabeza, la idea de sus
niños, quemados en una hoguera, como restos de alimañas muertas?
¿Acaso dejará de dolerle la posibilidad de que sufrieran martirio?
¿Podrá evitar la locura?
Que
no le pidan, por todos los dioses del mundo, que perdone. Que no nos
pidan a los demás, compresión o clemencia con el monstruo. Que no
le traten como a enfermo, que no le metan en el saco de los que
necesitan cuidos.
De
la torpeza enorme de los investigadores...qué sé yo...! Cuanto
dolor inútil ha generado su error.
Ahora
si. Descansad en paz, Ruth y José. Vuestra madre no podrá hacerlo
nunca, y el silencio nos invadirá al resto cada vez que escuchemos
vuestros nombres.
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