Esto puede suceder muy a menudo, pero en contadas ocasiones, aparece el Amor, ese que te hace plantearte un futuro y una vida con otra persona. Y entonces, a lo anterior, se suma que la escoges como compañía para tu vida, y le entregas tu cuerpo, tus proyectos, tu casa, tu familia y tu cuenta bancaria. A veces, hasta la contraseña del Facebook. Tú, a cambio, aceptas los suyos, con la intención implícita de que sea para siempre, que es como discurren los amores buenos.
Esa unión, para mí, es un matrimonio, con o sin firma de por medio, con o sin reconocimiento legal por la sociedad. Para estar casados, no hace falta más que aceptarse uno al otro como esposos, y comprometerse a ello. De hecho, yo me casé dos años antes de firmar el acta en el Ayuntamiento.

Yo conozco varias mujeres a las que adoro, con las que podría, sin duda, haber compartido mi familia y mis sueños. A las que podría entregar las riendas de mi vida y quererlas para siempre. Las conocí al mismo tiempo que a mi marido, en las mismas circunstancias. Lo único que hizo que me enamorase de él, en lugar de hacerlo de alguna de ellas, fue mi inclinación sexual, polarizada en un 95 % hacia los hombres. (Sé que ese 5% me va a suponer mensajitos, preguntas y sonrisas terciadas, pero tengo un marido liberal, y soy demasiado joven todavía para descartar enamorarme del 50% de la población mundial...)

El caso es que no necesito esforzarme mucho para imaginarme casada con Yeni, con Sonia, o con Mar, por citar algunas del agrado de mis padres, y hasta de mi abuela. Mujeres de su casa, formales y trabajadoras, que me habrían tratado como a una reina. Me habrían querido con locura y me habrían dado unos niños fantásticos, a los que criar sin padre. Ni falta que les hubiera hecho. Habrían sido unas nueras y cuñadas encantadoras, amén de caer bien a mis amigos, y cocinan estupendamente. Bueno, Mar no, pero su madre si...El destino quiso que ninguna de nosotras mostrase lésbicas inclinaciones...y a mí me engancharon los pantalones de aquel ladrón de almas.
Pero, como decía al principio, igual me equivoco, y el sexo entre personas sólo es lícito si sus genitales son diferentes, si se pueden quedar embarazados sin ayuda, y si los hijos que tengan tienen padre y madre.

Cierto es que los hijos aprenden gran parte de las cosas por imitación, sobre todo los comportamientos. Los míos, sin ir más lejos, pretendo que aprendan el respeto y la tolerancia, las ganas de trabajar por mis sueños, y el amor inmenso que les tengo. Cosas que pueden igualmente copiar de su padre. Aprenderán que besar y abrazar es bueno. Y reírse. Porque lo hacemos en casa cada vez que podemos, sin escondernos, y si puede ser con ellos, mejor. Aprenderán mis aciertos y mis errores. Y elegirán.

Para mí fue una satisfacción enorme que España fuera uno de los países pioneros en reconocer el matrimonio homosexual, un motivo para presumir de marca España. Por eso me entristece, y hasta me da vergüenza ajena, que países supuestamente avanzados, como ahora Francia, lleguen a caer en la violencia extrema ante opciones de vida diferentes de la tradicional.
Sin respeto a las opciones, no puede haber Democracia. Si el prójimo no es igual que yo, nos estamos equivocando...
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