lunes, 6 de mayo de 2013

UN CUENTO SIN ACABAR

                      De repente se vio frente a la puerta de la habitación. Un pasillo vacío del hotel donde habían decidido probarse. Probarse en todas las acepciones. Probar sus cuerpos, sus sabores, sus medidas. Probar lo que se sentía a solas, sin esconder nada, salvo toda su vida. Probarle al otro las promesas hechas.

                      Las piernas le temblaban, no recordaba la última vez que estuvo tan nerviosa antes de dar un paso. Llevaba días pensando qué ponerse para gustarle, aparentando normalidad.  En el bolso, unos bocadillos, que se saltaron el almuerzo para alargar la tarde.


                      Planearon la cita durante semanas. Le quería desde siempre. Y estaba allí. Al otro lado de la puerta de una habitación de hotel. Quizás con los mismos nervios. Se obligó a llamar, para creer lo que estaba haciendo.


                      Entró en la habitación casi atropellándole, sin saber muy bien dónde besarle, ni cómo abrazarle. Qué torpe la novedad. Menos mal que él conservaba un ápice de aplomo, en aquella sonrisa que le desbordaba la cara. 


                      Evitaron la cama, casi sin intención, para romper el hielo a besos y susurros en los sillones. Nunca olvidará con qué delicadeza retiró la alianza de su dedo y la dejó junto a la de él. Se habían descasado por unas horas. Y a ella le pareció el más rotundo de los compromisos. Sin embargo, no volvió  a hacerlo nunca.

                     Apenas un rato después, se desnudaban, y arrugaron las sábanas de cien maneras, y besaron, lamieron, vieron y acariciaron cada rincón.  Humedecieron sus pieles y las de la cama, incluso las de los ojos, a base de emoción, placer...y amor. Amor distinto, condicionado, pero con muchos ceros a la derecha.


                    Es curiosa la mente, que selecciona momentos-tesoro, que le hacen temblar al recordarlos: cuando la atrajo hacia él, los dos desnudos; cuando bajaron sus besos del cuello a los pechos; cuando sus manos la arrastraron al borde de la cama; cuando sus dedos la exploraban, abriendo paso al sexo, tantas veces esperado.


                   Y cuando tuvo que empujarlo a que le dijera con la voz, lo que le susurraba con los ojos.


                  En lugar de perdices,  unos bocadillos de queso, bastante secos. Quizás por eso el cuento resultó diferente. Se enredaron en la trama, y, para bien o para mal, está sin acabar. 


                 O eso cree, pero el corazón se le subió a la garganta y se le atragantan las realidades.

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