sábado, 12 de enero de 2013

MAESTROS

                    Esta mañana, un amigo cuyos valores, entre otras cosas, se ganaron mi cariño, ha compartido un artículo en facebook, reconociendo la valía de uno de sus profesores de colegio. Me ha hecho recordar a los mios.

                    Ya no se estila reconocer el papel crucial de los maestros en nuestra vida. No de los profesores, sino de los maestros. Que para ser profesor hay que sacar un título, de valor incuestionable. Pero para ser maestro, hay que tener vocación y ganas, ilusión por enseñar la vida, no sólo el programa de la asignatura.

                   Esos maestros, de los que afortunadamente he disfrutado varios, son los que te estimulan el pensamiento, los que generan en ti modos de vida, inquietudes y actitudes, que conducen tu caminar. Te inducen a aprender, además de estudiar.

                   No entro en obviedades como  diferenciar formación y educación, ni en opinar que la segunda es responsabilidad, sobre todo, de los padres. Pero el maestro que lo es, educa hasta sin proponérselo. Porque te abre ventanas a la sociedad  que no conocías, y  te hace cuestionar realidades que en casa son inamovibles. La socialización del niño empieza en la familia, pero se diversifica y enriquece en la escuela, y si está bien dirigida, produce mentes abiertas y tolerantes. Que buena falta nos hacen.

                   Un buen maestro puede hacerte amar la Literatura, o que disfrutes la Filosofía. Puede hacer que tragues las Matemáticas, o que te des cuenta de que lo tuyo es la Ciencia. Consigue que sus clases resulten cortas, y que importe hacer bien las cosas. 

                   Para que esta magia sea posible, tenemos que facilitarles su labor. Las generalizaciones nunca aciertan,  y no todos los profesores son maestros, pero desde la opinión rotunda de que todos merecen el respeto de los alumnos y de los padres, y están obligados a otro tanto, reivindico la labor de los maestros, máxime cuando la situación actual no hace más que poner zancadillas en su empeño. 


                   Aprovecho para recordar a Dª. Rosario,  mi primera maestra, a la que le debo mi interés por los cuentos. A D. Antonio, que me inculcó las nociones que sostengo de democracia, ética y normas sociales. Y mi gusto por las cosas bien escritas y la ortografía correcta. A D. Miguel, que me hizo dos regalos: el teatro de Lorca y apostar por mi vocación como médico. Y todo eso antes de los 13 años...Luego vinieron A. Roa, Mª Galiana, J. Lozano... Cada uno me dejó un cachito de su pensamiento, una vía por la que discurrir, un punto de vista distinto, que bien pudieron ser estaciones desde donde dirigir mis pasos.


                   Mencionarlos a todos sería como los agradecimientos de los premios Goya, y no estoy por aburrir. Pero  les recuerdo, y espero que les sirva de homenaje cada cosa buena que haga con lo que me enseñaron.

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