lunes, 3 de septiembre de 2012

NATURAL SONRIENTE Y TOBILLOS DELGADOS

         Era una mujer como cualquier otra, sin nada especial, salvo ella y su forma de ver la vida.

         De natural sonriente y tobillos delgados, que embellecían discretamente su normalidad.  ¿Feliz? Quien sabe... Carente de carencias, eso sí.

         Solo desentonaba en ella el halo deslustrado  de su mirada, que se empañaba en días alternos (excepto fines de semana, y fiestas locales).
Quizás el tinte casi gris de sus ojeras, y sus inapropiadas canas, fueran reflejo de su pellizco en el alma. Supongo que algún médico chino  sabrá relacionar el alma, las canas y las ojeras. Lo que no sepan los chinos...

          Un día se fue. Dejó de volver. Me dicen que escapó de la humedad de sus pupilas. Que se enamoró del hombre equivocado. 

          Yo creo que se equivocó de mundo en el que enamorarse. Porque una mujer así, que regala sonrisas porque sí, se equivoca a lo grande. No yerra la persona, sino el orbe completo.

          Quizás él se de cuenta, y la busque. O tal vez ya la olvidó, antes de saber verla. 

          Se me antoja que, una tarde de estas, cuando  deje de apetecerme pasear por la playa, recogiendo conchas de sirena al atardecer, voy a pensar en ella. Voy a escuchar los dimes y diretes de los mentideros que la cuentan, y  convertirla en personaje. Al fin y al cabo, tuve hijos y planté rosales. Me queda el libro...

          Seguro que funciona, como todas las historias de mujeres normales, de natural sonriente y tobillos delgados, y canallas torpes, incapaces de saber querer. 

          Una tarde de estas...


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