viernes, 11 de noviembre de 2011

AUGURIOS

        No es que fuera supersticiosa, pero sin saber por qué, asociaba los primeros minutos del día con el vaticinio de lo que ocurriría el resto de la jornada.
        Si al levantarse tropezaba, o la báscula le daba un disgusto, o se quedaba sin agua caliente en la ducha, inequívocamente el día no iría bien. A veces incluso acertaba.

       Ese día iba a ser de los buenos, buenos. Había dormido plácidamente, siete horas seguidas, tras el regalo que su marido le había trabajado concienzudamente entre las sábanas. El no sabía que ella si sabía lo de su lío con la chica de la oficina; pero desde que empezó, su relación conyugal había mejorado, sobre todo en la cama. Estaba demasiado segura  de la solidez de su matrimonio como para  preocuparse por un escarceo intermitente.

       Después se había duchado sin contratiempos, se puso guapa, sin prisas, y se metió sin calzador en aquellos vaqueros ajustadísimos que no entraban desde hacia meses.  Monísima de la muerte.

        Estaba deseando llegar a la autovía  que le conducía  al trabajo. Como cada día, entre el km 45 y el cincuenta y tantos, un Audi negro circulaba a 100 km por hora por el carril derecho, hasta que ella lo alcanzaba y se colocaba delante.

        Lo conducía un hombre moreno, guapo , bien arreglado, cuarentón, que sonrió al reconocer su coche y puso en marcha el ritual de cada día, desde hacía meses: se adelantaban mutuamente una y otra vez. Esta sucesiva sucesión de adelantamientos se prolongaba durante los kilómetros que coincidían, hasta la salida que ella tomaba hacia su trabajo.

       No se conocían. Ni siquiera supo nunca en qué punto se incorporaba a la autovía.  Pero muchas noches él la desnudaba bajo la capa de Morfeo.
       Todo empezó una mañana en que la berlina negra la adelantó, y algo debió gustarle, porque se mantuvo en paralelo unos segundos, hasta que ella correspondió su sonrisa.
      Desde entonces, bailaban todas las mañana en la autovía.

      Por fín! Allí estaba. Esperándola a 100 por hora. Y a bailar...

      Pero los buenos augurios mañaneros fallaron: el piloto del tanque de combustible reclamaba. Ahora se arrepentía de no haber repostado ayer, por las dichosas prisas....Debería dejar el baile, cual Cenicienta, en la próxima gasolinera.

       Su sorpresa fue mayúscula cuando al salir de la pista, vió encenderse el intermitente derecho del Audi. Un escalofrío nada desagradable recorrió su espalda hasta la nuca. Volvía a creer en sus particulares presagios.

       No tenía claro qué hacer cuando  paró  frente al surtidor, aunque a veces había fantaseado con  simular una avería para saciar su curiosidad cuando  se ofreciera a ayudarla.
       El aparcó  justo a la altura de la máquina, donde no podía verlo.

       Se armó de valor y se dirigió a la caja sin mirar atrás, pero pendiente de   la puerta del Audi y de los pasos que la seguían. Se colocó en la cola,y unos segundos después, sintió su presencia. El osado estaba muy cerca y un aroma a piel deliciosamente masculina inundó su pituitaria.

     Abonó el combustible y el corazón se le salía por la boca al darse la vuelta.

     Se encontró cara a cara, a menos de 30 cm, con el rostro que le había seguido el juego de sonrisas y miradas durante meses. Y se le cayó el cielo encima. Desastre apocalíptico.

     No era feo. Era guapo. Guapísimo,  con una sonrisa perfecta y una voz cálida al darle los buenos días, estudiándola de arriba abajo con el mayor de los descaros.

     Pero se lo había encontrado cara a cara, literalmente: a su misma altura. Y ella nunca iba sin tacón. Por eso le gustaban los hombres altos (y porque en la cama le gustaba sentirse mas pequeña, casi envuelta...y  le gustaba besar hacia arriba). Lo que rozaba su espalda hacia unos segundos, no era ninguna bolsa de viaje, sino un producto aventajado de las fábricas de cerveza, que hacía imposible que alguna vez  aquellos pantalones alcanzaran su correcta posición en la...cintura?. Para ella, un hombre con los pantalones caídos era como una mujer con tacones y chandal. Atrocidad como para destierro.

     Algo había pasado en el último minuto en el orden universal, en las dimensiones ocultas del destino. Aquel hombre que de hombros hacia arriba se le antojaba un Adonis envuelto por su Audi y la penumbra de los amaneceres, se había convertido en una especie de Frankenstein hecho  con trozos de Chayanne en su parte superior y del Cachuli en la inferior.

  Una rabia iracunda la embistió contra sí misma por no haber repostado anoche. En un segundo se había desmontado la ilusión, y su vida, que más que vida, era existencia,  no se podía permitir esos lujos.

     De repente recordó que buscando a oscuras los pendientes, había derramado medio bote de Chanel....al menos podía seguir confiando en sus augurios.


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