jueves, 17 de noviembre de 2011

LLAMÉMOSLE MANUÉ...

      Hoy me ha dado un vuelco el corazón,pero de los buenos.

      Salía de un centro comercial de esos en los que los muebles te los haces tú, y me encuentro de frente con un amigo (llamémosle Manué) al que hacía años no veía.
      Apenas sabía de él por conversaciones con su  primera ex, y las noticias no eran buenas...

      Nos hemos dado un abrazo de esos de oso, de los que no quieres soltar, un abrazo cómodo, acogedor, sincero, de los que aflojas, pero no sueltas, y vuelves a apretar para reafirmar tu alegría.

      Es un amigo al que tuve cerca muchos años, que lo fue porque mi amiga se enamoró de él, porque ni su círculo,  ni su mundo hubieran propiciado nuestro encuentro de otra forma. Ella  fue la pieza que nos encajó. Era curioso vernos juntos: parejita de veinteañeros pijos (pero pijorros perdíos, que lo recogíamos en su piso/mansión de República Argentina...) con sus polos y su ropa de marca, repeinao con gomina él y siempre a la ultima ella. Y al lado,  un  heavy con su chupa de cuero y lo que podía de melena, y su novia con una falda muy corta y el guardapolvo negro.Nos hemos reído mucho juntos. Tejimos un lazo empático. No había puertas entre nosotros. De hecho, a veces ni ropa. Si no recuerdo mal, nos iniciamos  en el nudismo en su piscina (no solos, con nuestras parejas, aunque no sé si la aclaración lo mejora...)

      Han bastado unos minutos para ponernos al día y recuperar la calidez de su conversación. Cualquiera que nos escuchase pensaría que nos vimos anteayer...Pero me ha dejado un halo de melancolía y necesidad de reflexión: las vueltas que da la vida...

      Que poco valor  damos a la relación con personas que vamos perdiendo (y a veces hasta desechando) por el camino, porque sus vidas o sus circunstancias,  se hacen incómodas para las nuestras. Con que facilidad dejamos de hacer  la llamada  que mantenga abrochada la amistad, porque tu rutina diaria no necesita  otra retahíla de incómodos relatos de miserias familiares o personales que desahoguen al que tanto lo precisa. Y cómo perseveramos en esta desidia, buscando excusas absurdas para no acudir ...hasta que un día consideras que ya ha pasado demasiado tiempo...ya para que...? Cada palo que aguante su vela...Y das por zanjada una cercanía que fue importante.

      Tengo que reconocer, en vano intento de expiar mi culpa, que con Manué fue eso lo que pasó. Le empezaron a ir mal las cosas en un momento en que mi vida iba acelerando, cogiendo carrerilla para despegar. No tenía tiempo para pararme a tirar de nadie, ni él fue nunca persona de pedir ayuda. Estoy segura de que perdí yo mas que él. Perdí la oportunidad de estar a su lado, haciendo que los dos nos sintiéramos mejor: él entonces y yo ahora.

      Tampoco es esto una  confesión ni necesito disculparme. Probablemente, volviendo atrás, actuaría igual, porque nos conducimos según las circunstancias, pero los puñeteros restos de educación católica que me quedan hacen que de vez en cuando me escuezan estas decisiones. Un brote de incómoda culpabilidad.

      Me ha alegrado mucho verlo, porque tocó fondo, pero  está subiendo. Espero verlo arriba mucho, mucho tiempo. Las personas buenas lo merecen y él ya tiene las armas, aunque a  precio  de una hipoteca de las de ahora...

      Que te vaya bonito, Manué. Nos vemos pronto.

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