miércoles, 18 de abril de 2012

EL MAYOR DE LOS MISTERIOS

          Decía  Teresa de Calcuta , que el mayor de los misterios es la muerte. Y eso que su fe tiene respuesta para la cuestión.

          Como todo misterio, provoca miedo, inquietud, necesidad de una explicación que nos salve del abismo que supone  lo desconocido, hambre de saber, motor de la historia del hombre.

         Ninguna incógnita genera tantas hipótesis, y todas las respuestas resultan ser dogmas de fe, imposibles, por ahora, de demostrar.

         Ni siquiera buscamos tantas razones al por qué de la vida, porque no duele tanto, no da miedo (craso error...). Pero la muerte implica el fin, al menos de lo conocido, y somos tan primarios y autocomplacientes, que no toleramos la posibilidad de que nuestro mundo se acabe, sin más.

        No encontramos sentido a una vida  limitada, con principio y final absolutos. Precisamos que haya continuidad, segundas partes, tránsito a otro algo que justifique el derroche de energía.

       Vemos absurdo e injusto que nuestro universo particular, de relaciones personales, conocimientos y todo lo que hace grande y único a cada ser, desaparezca. Porque significa el desperdicio de sus sueños, planes y secretos. Su pasado, su dolor y su alegría. Empeños, amores y odios.

       Intentamos racionalizar el fin de nuestro mundo interior, buscando destinos más deseados que pensados. Surgen paraísos, reencarnaciones, nuevas dimensiones. Cielos e infiernos. Supersticiones, creencias y religiones.


       No preocupa del mismo modo  el fin del cuerpo, que es el primero en morir, porque, amén de conocer su  destino, no genera tanto dolor.

      A  veces, pienso que  tengo resuelta esa necesidad. No creo en dioses, ni en seres superiores que dirijan nuestra existencia, y descarto que haya entes divinos con voluntad propia.
      Encuentro coherencia en la ciencia y el azar, y las respuestas no resueltas, no es que no existan, es que no las hemos encontrado....aún. Tiempo al tiempo.

      Pero esta convicción, suficiente para mí,  se me antoja fría y pobre cuando busco argumentos para  consolar a quien me importa.  Estos días  envidio a los creyentes, a los convencidos de la verdad que les dicta su fe, porque mitiga sus miedos.

       Mi pena, mi pesar, no es tan solo haber perdido a la persona, saberme privada sin remedio de ella y de su universo, sino no saber paliar el dolor que causa en los míos, particularmente en la niña de mis ojos, que todavía no cuenta con los recursos ni las armas que dan los años, como paliativos. Que está al filo de la edad de creer que su Tata se ha mudado a la estrella que más brilla, pero tan al filo, que pronto le dolerá saber que no es así.
Mi angustia es que su pena le va a doler dos veces.

       Y mi impotencia es no tener remedio para la tristeza de los ojos de su padre, alivio para el peso de cada paso que se obliga a dar sin ganas.

      Quien pudiera acelerar el tiempo, el paso de los días largos que tardará en cerrar su herida. 

      Ojalá  supiera que hacer con esta muerte, que ha entrado en nuestras vidas como elefante en cacharrería.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes la suerte de poder contar estas cosas y de que los demas sepamos como te sientes, para ir corriendo a decirte, aunque sea, que estamos aqui si nos necesitas.
Es un don que te hace mas fuerte y que a muchos nos gustaria tener, sigue escribiendo siempre, creo que hablo en nombre de todos tus seguidores.

Yo no soy sonsi dijo...

No se si más fuerte, pero contarlo me lo hace más ligero. No sé guardarme las cosas. Lo único que lamento es hablar de tristezas, pero así es la vida,no?
Gracias a todos.

Ale dijo...

Echar de menos a quien se ha ido, llorarla y maldecir en voz baja forma parte de nuestras vidas. Para levantarnos del golpe canalla y traicionero nos acercamos a quien queremos buscando refugio y consuelo. Gracias por estar ahí.

Yo no soy sonsi dijo...

Para lo que quieras, cariño.

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