lunes, 30 de abril de 2012

TORMENTAS

       Me gustan las tormentas. Las disfruto cuando tengo la suerte de vivirlas en fuera de la ciudad, que las insonoriza, las minimiza. El ruido de las ciudades amortigua su grandeza.

     Hay pocas sensaciones comparables al bramido de los truenos entre montañas, en algún rincón recóndito de la sierra, esperando el estallido que sigue al rayo, siempre sorprendente, por muy holgada que sea la imaginación. El temblor de los cristales se antoja infantil ante el de los cerros de granito, y sientes que la madre naturaleza te alecciona en humildad, y despliega su majestuoso poder para hacerte pequeño, pequeño...

     Y tras el caudal de violencia, el olor a tierra mojada, encinas y arroyos chorreantes, y el regalo del sol, mezclado aún con algunas gotas, son un bálsamo para el alma, como el consuelo que te da un amigo. El sonido de ese momento, al atardecer, se me antoja sinfonía saludable, cataplasma para el ánimo, adagio para el primer paso del resto del camino.

     La tormenta de hoy me encuentra a la orilla del mar. En este caso, amedrenta el viento, el peor de los ingredientes de esta sopa que es el clima, que nunca satisface a todos los comensales. Lluvia intensa en los aleros, que parecen desquebrajarse cuando se torna granizo. La luz se vuelve sombra y anochece a media tarde. El mar cambia su vestido azul de domingo, por un impermeable gris ceniza, ideal para la ocasión. Unos minutos en silencio, intentando que ningún sonido se escape, siendo consciente de magnitudes que se me escapan, para aprender lo insignificante de nuestros humores... y de nuevo la calma, la luz mojada, embellecida por el atardecer de la playa.

    No intentaré siquiera describirlas, eso es asunto de los que saben. Tan sólo tomarlas como referencia para las tormentas que si me asustan, que son las de dentro. Las que destrozan los muebles del alma, en lugar del mobiliario urbano, y arrancan de cuajo afinidades, cariños y respetos, en vez de árboles centenarios. Las que inundan planes, desolan familias. Los rayos de cruel realidad que carbonizan sentimientos y esperanzas.

    Yo estoy saliendo de una. Ya huelo la tierra mojada, y adivino la calma. 

    Aunque ha sido devastadora, y el pronóstico anuncia otras nuevas, a no  mucho tardar, ni los relámpagos, ni el mayor de los estruendos han podido hacer mella en mi desnuda coraza. 
    Ha quedado ajada por la lluvia, empapada, arañada incluso por algún rayo. Pero cuento con las sonrisas, los ojos y las caricias oportunos. Ya tarareo mi adagio particular. Ya empiezo el siguiente camino...ya escucho los primeros truenos de la siguiente tormenta.

    Aquí estoy, te espero...

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