Hace cinco años, alcancé mi peso récord. Pesaba 68 kgs., que en mi altura, es mucho.
Fui al hospital, a la revisión que tenía prevista, y en el mismo día, perdí seis kilos. Y me llevé a casa un muñequito que en menos de tres meses me hizo recuperar la línea. Se encargó de que no descansara...
Se llama Daniel, y hoy cumple cinco años.
Su parto fue terrorífico, digno de la fecha. Dejó patente su impaciencia desde el minuto uno, y salió sin esperar a que hiciera efecto la epidural, y de milagro me dejó llegar al paritorio. Pero cuando sentí su cuerpecito sobre mi pecho, me dio igual el resto del mundo, y desde entonces es el Príncipe de mi casa y de mi corazón.
No es porque sea mio (ja, ja...) pero es un niño genial. Un rubito de cara pequeñita y ojos grandes, con una timidez injusta, que solo abandona en la intimidad, para mostrarnos un sentido del humor espontáneo y ocurrente, difícil de creer para quien no lo disfruta.
Cariñoso hasta resultar empalagoso, como a mi medida. Se despierta dando besos y te abraza porque sí. Enloquece a las abuelas, adora a su hermana y a su padre, al que pretende dar celos conmigo. Me besa cien veces al día, me piropea y me persigue...y, claro...me tiene loca.
Adivino por cómo aprende, que heredó la inteligencia y el tesón de su padre (por fuera es todo yo, pero afortunadamente, por dentro se llevó los mejores genes), y que, a poco que sepamos conducirlo por el camino adecuado, sabrá ganarse el pan.
Y parece buena gente.
Sería genial leer ésto dentro de treinta años, y comprobar que tengo razón. Su hermana y él, son mi esperanza y mi empeño. La obra maestra de su padre y mía, dos personitas que dan sentido a que, entre miles de millones de personas en el mundo, nos encontrásemos antes que a nadie más. (Cielo, haces unos niños maravillosos...)
Feliz cumpleaños, mi Príncipe. Sigue llenando mi vida de besos hasta que llegue tu princesa.
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