miércoles, 25 de enero de 2012

CAPITULO I.

      Cuando el jefe los presentó nada llamó su atención salvo la cortesía que le dijo, amable sin más, pero no habitual ni trillada.

      Alto, moreno, con percha para la ropa y buen gusto para elegirla, mirando a los ojos al hablar y apretando la mano en el saludo. Se sintió bienvenida con su sonrisa.

      Aparentemente abierto, pero una ostra en realidad, que confundía con discrección el muro que había levantado en torno a él. Nunca supo si le habían hecho daño.

       Ojos pequeños, pícaramente sinceros, alegres (no le gustaban los tristes). Se tornaban cálidos al ponerse serio, y la única vez que le vió enfadado, ni tuvo que hablar para explicarse.

       Una situación  inocua, intrascendente. Pero fueron cruzando conversaciones y miradas, y compartiendo el sentido del sentido del humor, se buscaban y tendieron un puente de cierta complicidad.

      Excusas para cruzarse, palmadita en el hombro, roce de manos, la cintura al abrirle la puerta...se fue gestando un coqueteo de si pero no, que le alegraba las mañanas.

     Las charlas se hacían mas personales, sin intimar, y un día, infantilmente, se retaron. El tenía que atreverse a besarla para ganar la apuesta.
     Tan tonto como un beso en los labios entre dos adultos: entró en el despacho, la besó y se fue.

     Recuerda que fue un beso corto casi cobarde, de labios suaves y cálidos, pequeños entre el bigote y la  incipiente barbita. Un beso sin sabor, pero con olor, el de su cercanía.

       Les gustó, y empezaron a besarse a escondidas, excusados en el juego, protegidos por lo inapropiado de la situación, que les impedía complicarse. O no...

       Iban a más, y según donde les pillara, los besos eran más menos húmedos, vestidos y profundos, haciéndose una idea bastante clara de lo que escondía la ropa. El primer sujetador desabrochado abrió el camino a los pantalones, y alguna vez, el tanga corrió peligro. Juegos de manos de mago aficionado, argumentos para sueños de noches solitarias.

       Aquello solo podía terminar de una manera: una cena con compañeros, casualmente se quedan solos, te acompaño?, vale... y el coche se detiene en un descampado, y se fueron quitando la ropa al paso de las manos inquietas, que se adelantaban, llegando a la piel antes de apartar los botones.
     Las bocas no daban abasto, y los dedos fueron libres para explorar los gemidos de ella y los jadeos contenidos de él.

     En unos minutos, confirman sus sospechas: los relieves encajaban.

      Fue la primera vez. El Capitulo I de una historia que quedó en suspenso.

Por ahora...

1 comentario:

Salva & co. dijo...

Oh, my God! ¿Qué hago yo leyendo novela erótica?
¿El capítulo II, porfi? ¿Sí? ¿Sí?

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